Personalmente destacaría dos puntos: la honestidad y la confianza. Ambas son extrapolables a los distintos entornos en que un directivo puede desarrollar su actividad profesional. Es importante ser honesto tanto con tus colaboradores, como hacia el exterior, manteniendo una ética profesional que garantice la mejora y el desarrollo de las propias personas.
Del mismo modo la confianza debe fortalecerse interna y externamente. El hacernos personas en las que nuestros subordinados puedan confiar ciegamente nos permitirá que el rumbo que marquemos desde la dirección haga avanzar nuestra compañía, puesto que todos sus componentes estarán convencidos de que es el mejor, y remarán en consonancia.
¿Nos hemos olvidado de estos puntos los últimos años? En épocas de bonanza se desata una competencia feroz por cuotas de mercado que hacen perder a algunos sus convicciones. Sin embargo es cuando las cosas van mal cuando todos nos damos cuenta de lo que sucedía, y se apela a la dignidad y a la ética empresarial. Parece que antes andábamos ciegos y que nadie se daba cuenta (o no se quería dar cuenta) de lo que pasaba realmente. No creo que ésta última época sea distinta de las anteriores en cuanto a ética y valores en la dirección. Es en los grandes cambios cuando se replantean las actitudes, y estoy convencido de que las mismas cuestiones se plantearon tras el crack del 29.
La importancia radica en mantener la honestidad y la honradez desde el principio, y no desviarse de ella ni un ápice. Si las vacas vienen gordas, más vale ganar un poquito menos y mantener los criterios que salirse del camino por buscar mayores beneficios. De esta forma no nos sentiremos obligados o arrepentidos y no será necesario vender nuestros valores cuando vengan tiempos peores. Como dice el proverbio latino: “Cada hombre es el artesano de su propia fortuna”, es decir, que lo que elaboremos será lo que recibamos en el futuro.
miércoles, 30 de septiembre de 2009
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